Alguien que haya tenido el valor de adentrarse en mis procelosos textos se habrá hecho la pregunta: "¿por qué el blogero mayor no ha escrito en una semana y de repente nos suelta cuatro parrafadas de boutades, así, sin ton ni son?"
Pudiera pensarse que las he estado redactando en un procesador de textos y luego las he colgado con un simple "cortar y pegar". Pero no, no es el caso.
La verdad es que, lo crean o no, no tengo conexión a internet en casa así que aprovecho mis ratos libres del trabajo (según el convenio, claro) para soltar alguna que otra idea.
Esta última semana he estado leyendo y esa es la razón de contar todo hoy, de golpe sin haberlo redactado previamente.
¿Por qué? La verdad es que he estado rumiando ideas sobre qué escribir y aunque el orden lo decido una vez me pongo con las manos en el teclado, lo que quería contar ya lo tenía trabajado.
Los que me conocen bien saben que doy muchas vueltas a las cosas. Es de ilusos creer que todo lo que dejo aquí escrito de sopetón es resultado de tres segundos de lucidez. No creo ser una mente clarividente ni un Cervantes.
Es decir, esto no es más que escribir por escribir. No hay que valorar estas mis palabras de una forma más profunda. Sólo es un medio para dejar fluir todo lo que se me pasa por la cabeza (con ciertas cortapisas, claro).


La cuestión es que está semana andaba yo preocupado pensando en si me habría afectado un síndrome de Diógenes (griego) o no. Pero he llegado a la conclusión de que lo mío se parece más al principio de Arquímedes (también griego). Cuando entro en mi habitación salen 80 kilogramos de papel. Es la ley del reciclaje: o el papel o yo.
Así es que he estado varios días dándome a la lectura compulsiva nocturna con el ánimo de enmendar en lo posible mi agobiada situación. Es como si tuviese la sensación de no poder dejarme nada por leer de aquello que me llame la atención. Y resulta que en esta sociedad actual empezamos a padecer un exceso de información que hace necesario que seamos totalmente exigentes en nuestra selección.
Es necesario, pues, que seamos totalmente críticos con lo que leemos, aunque sea información poco relevante. Varias veces me he encontrado con que rumores que ya habían sido desmentidos una vez, vuelven a atacar con fuerza por la ignorancia del redactor de la revista. El problema es cómo saber que algo no es cierto cuando uno ni si quiera lo sabe; concedemos la gracia de la credibilidad a las publicaciones.
Sólo dos pequeños casos: la cita en la tumba de Groucho Marx o las dietas que nos acosan en meses veraniegos. En el primer caso, ya se ha desmentido que en su lápida ponga "Perdonen que no me levante" y en el segundo ya se han repetido hasta la saciedad los improperios contra las "dietas milagrosas". Y sin embargo alguien volverá a publicar lo contrario.
Así que, quizás debido a mi "necesidad" de leer, me intento leer todo lo que me interesa, y eso, para una persona de lectura pausada, resulta apabullante (perdonen las iteraciones).
Añoro aquel tiempo en que sólo me preocupaba por la literatura, imbuido por los consejos escolares, pero que se llegaba a hacer costumbre. Iba a mi ritmo y veía en los anaqueles todo el conjunto de libros que algún día leería. Pero sabía que ahí seguirían. No había prisa, no eran reciclables a largo plazo.
Ahora me acongojo sólo de pensar en la cantidad de papel que se puede llegar a acumular al guardar semana tras semana artículos por leer que sé que en un porcentaje alto llegarán a caducarse por su pérdida de actualidad. Y entonces me doy cuenta de que mi objetivo es otro: leer para reciclar y no leer por placer.
No sé con que griego quedarme. Algunos dirán que Griego viene del General Riego y Grecia del punto G de una mujer robusta, quizás mujer del famoso ciclista del Kelme.
De cualquier forma yo seguiré escribiendo como forma de liberación de mi maremágnum de papel. A mí me relaja.
Por cierto, volviéndome a hacer eco de las ideas que expuse en mi inauguración: se corre el riesgo de hacer sobresalir continuamente el ego, más en un medio tan público como la red de redes.
Así es que alguna vez será mi alter ego, don Jánvelin Trupisterio, el que se encargará de aportar conocimiento y saberes. La verdad es que este personaje siempre ha sido el típico graciosete que decía la última palabra.
Relacionado con el tema de que hemos tratado. Si yo alguna vez sugiero que "La letra con sangre entra", enseguida sale Trupisterio para añadir "Y el texto con el sexo dentro". No hay más que decir.
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