Era un día tal como hoy hace ya un par de años. Como cualquier miércoles por la tarde me dirigía a ensayar al local que el Orfeón Donostiarra tiene en la calle San Juan, en la parte vieja de la ciudad.
Hacía frío, así que caminaba presto con las manos en los bolsillos y el cuello de la chamarra bien ceñido; no era el momento de perder calorías.
Después de pasar el nunca bien iluminado parque de Amara me adentré en la calle Prim, calle de las cornisas calantes, no sólo por el hecho de que en ella sea imposible guarecerse de la incómoda lluvia sino porque hacía años había resultado golpeado en la cabeza por un chicle recién masticado por algún vecino, el cual me fue imposible despegar de mi cabellera.
A medio recorrido, antes de llegar a la plaza de Bilbao, en una zona bien plagada de bares oí el bullicio de un pub con las puertas abiertas de par en par, y al girar mi cabeza acerté a ver a dos tipos de gran proporción que salían discutiendo con gran estruendo. Realmente iban un poco bebidos. Tenían pinta de conocerse desde hace años pero supuestamente el alcohol había hecho asomar antiguas rencillas de profesión, discusiones inanes que en momentos acalorados se convertían en verdaderos puñales.
Todo fue muy rápido. El de negro le dio un empujón al de rojo al grito de "¡a mí tu no me tokas, gordo de mierda!".
En ese momento me di cuenta de lo patético de la situación. Resulta que el Olentzero con la cara bien colorada acababa de hacer caer a un torpón Santa Claus, que a duras penas conseguía mantener el equilibrio.
Cuando todo parecía acabado, el del gorro de cascabeles se abalanzó como un toro con la cabeza por delante golpeando en la inmensa tripa al de la boina y haciéndole perder la respiración por unos instantes.

"¡¡¡Ho, ho, ho, gordo de mierda seras tú!!!, ¡Vamos Rudolph, dejemos a este fracasado con esas ridículas albarcas! ¡HO, HO, HO!", exclamó Santa.
"No, no krrreas ke me he dado por vencido. Tus p... juguetes son made in China, hijo de mala madrrre", respondió el Olentzero.
Esta frase realmente le dolió a Santa, que desde hace años se había preocupado por homologar sus regalos a las normativas de la Unión Europea. Aunque algún niño había fallecido al tragarse uno de los ojos del osito Pelusín, no se podía considerar como dolo o mala fe.
"¡Será cabrón!", pensó y retornó hacia el Olentzero con ánimo de volver a atizarle y romperle la crisma (por aquello de los Christmas).
Justo en el momento en que levantaba un viejo monitor de 19 pulgadas que había junto al contenedor de basuras con ánimo de revéntarselo en la cabeza al Olentzero, éste reaccionó tirándose en plancha contra las varicosas piernas del barbudo, que no pudo sino dejar escapar un lastimero grito ahogado. El monitor se cayó sobre su propia cabeza canosa abriéndole una brecha aparatosa encima de la ceja izquierda de la que empezó a manar abundante sangre.
"¡Ahora sí que no te escapas sucio carbonero de las mil cucarachas!", gritó Santa arremangándose su pomposo traje rojo de fieltro, aún más rojo por la sangre emanada de su frente.
Entretanto y ante la algarábía que estaban armando, la gente fue arremolinándose en torno suyo. Incluso algunos guardias municipales que habían acudido por la llamada de una vecina que estaba con su bata azul y pantuflas, se quedaron al margen, con los brazos cruzados y sonriendo por lo divertido de la escena.

Entonces Santa dio un silbido y en un instante aparecieron dos pequeños Elfos vestidos de verde fosforito. "Pero Santa, que hoy estábamos fuera de servicio y ...", replicaron.
"¡A callar!, ¡agarrad a ese obeso de las narices para que le dé su merecido!", les contestó Santa.
"Pero, ...", respondieron ellos con los ceños fruncidos.
Se dirigieron al Olentzero pidiéndole que no se resistiera pero no se dieron cuenta de que éste había sido un antiguo campeón de las pruebas rurales. Con sus dos grandes manazas arrancó un bolardo de esos que impiden el paso de los coches a zonas peatonales. Después de alzarlo y ponérselo encima del hombro, pegado al cuello, se lo lanzó al par de mocosos elfos al grito de "¡Banzaiiii!". No tuvieron tiempo para esquivarlo, cayendo derribados como unos peleles convertidos en provisionales bolos.
"Veo que no has perdido tu agilidad, Ole, pero a ver si puedes esquivar esto", le felicitó Santa.
"¡Aurora boreal, porque yo lo valgo, vientos del norte, osos polares, dadme vuestra fuerza magistral para acabar con este maloliente del chaleco aborregado!", continuó con los dos brazos al aire.
Un fuerte viento se empezó a levantar formándose remolinos que deshacían las bolsas de basura azules que los inconscientes había dejado fuera del contenedor apropiado.
La gente se agarraba a todo lo que tuviera a mano, cañerías o bancos.
Entonces Santa juntó las palmas de sus manos y con los brazos extendidos las enfocó hacia Ole. Inmediatamente empezó a surgir una luz cuasi espectral que se convirtió en un chorro de rayos dirigidos contra Ole.
Con una rapidez proverbial Ole se tiró al suelo esquivando la primera andanada.
Se parapetó detrás del contenedor de plásticos y tetra briks que estaba a su alcance y reflexionó sobre sus siguientes pasos. No tuvo ni tiempo de decidir nada porque Santa soltó el siguiente ataque dejando derretido el plástico del cubo amarillo.
"¡¡¡Con que ignífugo!!! ¡¡¡Ho,ho, ho!!!", se rio Santa. Este comentario sí que molestó a los guardias municipales, que aunque cagados de miedo, decidieron tomar cartas en el alboroto.
Mientras, Ole había quedado totalmente al descubierto y dudando qué hacer.
"¡No te muevas, Ole, para lo que te va a servir! Sólo una cosa antes de que desaparezcas del mapa ... hazme el favor y dime dónde guardas tus juguetes; sería una pena desaprovecharlos en estos tiempos de crisis! ¡HO, HO, HO!", espetó el gordo rojo
"¡Ni lo sueñes, katxo kabrrrón!, krrreo que ignoras mis capacidades!", respondió Ole.
Ole sabía que Santa sólo tenía tres posibilidades de ejecutar su "rayo fróstico" (lo siento, aún no hay traducción del inglés). Después quedaría sumido en un profundo debilitamiento que sólo podría superar en una Oktoberfest a base de salchichas y repollo. Aparte, Ole se reservaba su gran sorpresa ... producto del viaje que había hecho a los juegos olímpicos de Pekín (Beijing según los redichos).
Durante una semana había practicado el arte de la fuerza carbonífera con el maestro Co Chinín.
"¡Este es mi momento, ahora o nunca!", pensó Ole. Magullado pero todavía con fuerzas se puso en pie, se quitó la boina, el chalequillo aborregado y la camisa, dejándose sólo el pañuelo anudado al cuello.
La gente hizo gestos de desaprobación, sobre todo al ver el pelo hirsuto del pecho del contendiente.
Las miradas entre las pupilas de los dos hombretones eran de un odio acérrimo que presagiaba lo peor. Los guardias municipales, que apenas habían dado dos pasos decidieron refugiarse tras un macetero colocado estratégicamente encima del carril bici por el ayuntamiento.
Los gritos de ambos se solaparon. Fuera de ellos parecía que el mundo se había parado. Santa volvió a juntar las palmas de sus manos y a dirigirlas contra Ole, mientras éste último se ponía en posición grulla a la vez que recitaba una antigua salmodia vasca: "Iru txito izan, maitia nun zira, maitasun atsekabea, Ama begira zazu, Hartu zure tiketa, mesedez, Hor konpon Marianton, Gure itsasoa bildurgarria, txakolin, txakolin, txakolinak on egin txako txako txako txakota!"
Apenas empezaba a asomar un halo de luz de las palmas de Santa cuando un torbellino de piedras de carbón manaron del ombligo de Ole como por arte de magia Borrás.
A Santa le pilló totalmente desprevenido, siendo golpeado brutalmente en las zonas pudendas y haciéndole retroceder no menos de 10 metros, con el infortunio de perder su gorro en el vuelo.
Un aplauso generalizado se escuchó en la calle.
Hubo unos momentos de quietud. Parecía que Santa había resultado gravemente herido y que no saldría de ésta. Ole dudó pero al final se acercó lentamente al cuerpo de su antiguo compañero de fatigas, dando traspiés (o traspieses) por el gran esfuerzo que acababa de realizar. Al fin y al cabo, Santa no se merecía que nadie le cerrara los párpados en su último adiós.
Cuando Ole ya estaba arrodillado ante el ensangrentado Santa, éste último se revolvió y gritó: "¡A mí, alter ego!". Hubo un estallido lumínico y caminando tranquilamente apareció Papa Noël.
"¡Pero si yo pensaba que era otro de tus nombres alternativos!", exclamó Ole.
"¡Eso es lo que te crees!", dijo con sarcasmo Santa. "Mi alter ego Nöel aparece en los momentos más difíciles como un último suspiro vital; se irá conmigo pero antes te dará tu merecido!", continuó.
Fue decir esto último y Papa Nöel, que era idéntico a Santa Claus pero vestía de color fucsia, le empezó a dar a Ole una tunda que su cuerpo debilitado no pudo resistir. Lo último que salió de sus labios fue: "Orra, orra ...!".
Al poco Santa también expiró y Nöel se desvaneció como un holograma.
Los munipas se acercaron a los dos cuerpos y les dieron unas patadas para comprobar que realmente habían fallecido y no eran peligro para nadie. "¡Podéis intervenir!", dijo uno que parecía el inspector.
Enseguida aparecieron los de la DYA y la Cruz Roja. Es evidente qué cuerpo se llevó cada una de las ambulancias.
Yo, que alucinado había contemplado el espectáculo, miré mi reloj de pulsera.
"¡Mierda, otra vez llego tarde al ensayo, a ver cómo se lo explico al director!".
Me puse en marcha y al poco rato, a la altura de la tienda "Cañas decoración" me crucé con los tres Reyes Magos que por lo que parecía se habían enterado del lamentable suceso. Se iban partiendo de risa. Me pareció escucharles el siguiente comentario:
"¡Je, je, siempre han sido unos entrometidos dentro de la profesión. Ya se lo avisamos cuando decidieron adelantarnos por unos días. Se lo tienen bien merecido. Más trabajo para nosotros. Jua, jua, jua!".
Creo que el comentario fue de Gaspar. Yo siempre he preferido a Melchor.
¡Feliz Navidad!
