domingo, 28 de noviembre de 2010

UN DOMINGO CUALQUIERA

    Parafraseando el título de la película de Oliverio Stone, que he de reconocer que me entretuvo, uno se levanta por la mañana pensando que el partido de Nadal contra Federer en la final del Masters es lo más interesante del día, pero se equivoca. Enseguida te das cuenta de que aún no has plantado el árbol, tenido el hijo o escrito el libro que popularmente se reclaman.


EL BOGART: "PARECE QUE HA DEJADO DE LLOVER
LA BERGMAN: "PORFI, NO TE QUITES EL SOMBRERO,
 QUE ME VAS A LLENAR DE CASPA"



Creo que en esto tiene bastante que ver el hecho de que cuando una vez me preguntaron que tres cosas me llevaría a una isla contesté que a Ingrid Bergman, a Michelle Pfeiffer y a Claire Forlani, aunque para las tres gracias tengo un buen ramillete. Seguramente si no se me hubieran estropeado los esquejes en la barca los cuatro podríamos haber cumplido el primer objetivo, y una vez que el melocotonero hubiera crecido podríamos haber fabricado el papel en el que escribir la novela. Pero ni lo uno ni lo otro. Y en lo del hijo no estaba yo por la labor.


                                                                       
    Bueno, pues después de una mala noche por culpa de haberme quedado dormido escuchando la radio con unos cascos y la luz encendida, me he levantado con los ojos cargados y la sensación de no haber descansado nada. Me relaja escuchar la radio de madrugada. Ayer (o mejor dicho, hoy) hablaban de los discos más vendidos de la historia y claro, me encuentro con "The dark side of the moon" de Pink Floyd. Bastó con escuchar unos extractos para que me hayan dado ganas de agarrar toda la discografía. ¿Tiene la buena música fecha de caducidad?.



    Bueno, el caso es que me he levantado cansado, que es lo peor que a uno le puede pasar. Mis dos opciones pasaban por tomarme un donuts como en el anuncio y marcarme unos pasos de baile pero he preferido irme a hacer unos largos de brazada corta a las piscinas de Paco (Yoldi, por supuesto).

El efecto de hacer ejercicio es mágico. Parece que se te quita el cansancio y uno se pone de mejor humor. En el vestuario dos chicos comentaban lo que me ha parecido una buena idea para el próximo año: correr la maratón ... pero sólo la mitad del recorrido. Y si se tercia, pues quizás un tercio más. Y si todo cuadra, pues un cuarto más. Veremos.
Este otoño he empezado a tener un problema en las rodillas al cual todavía no me había enfrentado. Creo que si bajo algo de peso se solucionará y la única rodilla que oiré será la de los bocatas del mismo nombre.


GLU, GLU, NADAL EN EL CHALLENGER DE SAN SEBASTIÁN (HA LLOVIDO UN POCO DESDE ENTONCES) ¡TODOS A NADAL!




El caso es que uno viene de nadar de mejor humor para encarar las nueve horas de curro en las que va a encajar el pandero en una mullida (ya no tanto) butaca rellena de guata (¡guate, aquí hay Montmartre!).

ELECTRODUENDE PERSONAL
Decido estrenar el paraguas que graciosamente se nos ha concedido a los orfeonistas en la resacosa Cena de Santa Cecilia (más bien diríamos "Salta Cecina"), pero por azares del destino, hasta mitad del camino no me veo obligado a hacer uso de él. Mientras tanto admiro uno de esos días tan donostiarras con el cielo encapotado, las nubes grises más cargadas que el Fortissio Lungo de Nespresso que me acabo de tomar y a la vez una luminosidad providente que hace que las partes altas de las fachadas de las casas del centro de la city y sobre todo de la torre del Buen Pastor aparezcan perfectamente recortadas sobre un fondo difuminado.

Sigo pensando en Nadal. ¿Cuántos puntos deberá defender el próximo año? Casi mejor que deje la victoria en la final del Masters para el próximo año. Bueno, mejor que no.

En la calle Easo observo tres corredores de la maratón que vuelven envueltos en sus mantas térmicas. Bueno, más que mantas parecen trozos de papel ALBAL de calidad, dorado por un lado, y plateado por el envés. Me traen recuerdos de accidentes de circulación, pero pienso "en positivo" (¡qué expresión tan fea!) y la verdad es que la primera imagen que se me viene al cebollo es la de los Reyes Magos. Al acercarme a ellos oigo que hablan en extranjero, creo que en lenguaje "electroduende". Alguno cojea.

En ese preciso instante se cruzan con tres "munipas" que visten con su característico chubasquero de color fosforescente y casi saltan chispas y me tengo que sacar las Ray-Man (mi marca de gafas) de la pechera.
Casualmente, unos cinco metros por detrás viene uno de la brigada de limpieza, también de amarillo chillón y con uno de esos aparatos que les han dado que les asemeja a los cazafantasmas. Entonces era cierto el rumor de que se está elaborando la continuación de las dos pelis. Me viene la deliciosa música de Elmer Bernstein a la cabeza con su piano y todo.
    



Sigo por la Concha. ¡Qué manía de llamar a la gente con los apellidos! Así nos pasaba en el colegio y ahora me encuentro con que lo serio es decir Nadal o Federer pero si hay que animar enseguida salen con lo del repetitivo y aburrido ¡Vamos Rafa! ¡Go Federer!
Yo les mostraría carteles como: ¡Rápido, eh, que se enfría la cena! o ¡Hay un coche con matrícula suiza mal aparcado a las afueras del O2 Arena! Ya veríais cómo se apuraban un poco.

¡Ostras, que vuelven la carabelas portuguesas, y ahora con pinchos!
(Buena idea para las tascas de la Parte Vieja)
La estampa de la Concha es preciosa. Pocos ñoñostiarras la recorren en esos momentos. Seguro que a esa hora (poco antes de las tres de la tarde) todo el mundo le está dando a las angulas, que como ya se sabe son el pan nuestro de cada día en San Sebastián. Los demás nos acabamos de engullir un pollo con arroz que, mal que le pese a alguno, no tenía nada de atroz.
Pues sí, esa luz sobre la bahía la hace perfecta. Todo es armonioso. Abro el paraguas y lo ladeo según las machaconas ráfagas de viento. Todo es inmejorable hasta que de repente veo a una pareja meterse por la entrada del tunel con el bidegorri (que pasa por debajo del palacio Miramar) y que está destinado al uso exclusivo de las bicicletas y esa mierda de rickshaws veraniegos que ocupan los dos carriles a la vez. Este verano casi me la pego en bici porque un tiparraco que iba en bici en sentido contrario de repente llamó a su perro (desatado, claro), que se metió por sorpresa en el túnel cuando yo estaba a punto de salir.
Así que en cuanto veo a peatones meterse en el tunel para mojarse menos la calva siento ganas de llamar a Roger y Rafa para que peloteen con ellos un rato. Se iban a enterar.

Al final logro llegar a mi lugar de trabajo no sin antes quedarme sin riñones por intentar pasar con el paraguas abierto por debajo de los tamarindos de Ondarreta (¿lo habéis intentado alguna vez?).

Bueno, para mí ha supuesto un agradable paseo de media hora aunque el rollo escrito (para el que haya llegado a esta línea) sea algo más duro que "Cinco horas con Mario".

¡Hasta otra!

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